El gran ejemplo de Enoc: un llamado presente
“Por medio de las que nos ha otorgado valiosas y enormes bendiciones, para que por medio de ellas llegaran a ser partícipes de la naturaleza divina, habiendo fugado de la contaminación que hay en el mundo a causa de la lujuria.”** 2 Pedro 1:4.
No fue más sencillo para Enoc vivir una trayectoria santa en sus días, que para nosotros vivirla en el período presente. El entorno de Jesús habitó entre nosotros, su generación no era más propicio al crecimiento en la virtud y la santidad que el de hoy. Por medio de la comunión y la comunión con Dios, Enoc escapó de la corrupción que está en el sistema por la debilidad. Y fue su entrega por Dios lo que lo capacitó para la ascensión.
Habitamos en medio de los riesgos de los finales días, y tenemos que recibir nuestra energía de la misma fuente, tenemos que caminar con Dios. Se espera de nosotros que nos separemos del mundo. No podemos permanecer puros de su mancha a menos que imitemos el camino del justo Enoc y vayamos con Dios. Pero cuántos son cautivos de la debilidad de la carne humana, de los deseos de los placeres y la soberbia de la humanidad. Esta es la causa por la Cristo viene pronto, que no son herederos de la naturaleza divina y no escapan de la perversión que está en el mundo por la depravación. Estos adoran y glorifican al ego. La preocupación constante que tienen es: ¿qué vamos a comer?, ¿qué tomaremos?, ¿con qué nos cubriremos?
Muchos predican de renuncia, pero desconocen lo que implica. No han saboreado ni el primer paso. Hablan de la muerte de Cristo, declaran la doctrina, pero no tienen experiencia en la abnegación, en aceptar la cruz e perseverar con su Señor.
Si llegaran a ser receptores de la naturaleza divina, el mismo espíritu que habita en el Señor estaría en ellos. La misma compasión, el mismo cuidado, la misma piedad y compasión se reflejarían en sus actitudes. Entonces, no esperarían que el pobre y el desdichado vinieran a ellos pidiendo ayuda para sus necesidades. Ayudar y atender al necesitado sería algo tan instintivo para ellos como lo fue para Cristo el sanar a otros.
Cada individuo, dama y muchacho que confiesen la fe de Cristo, tendrían que comprender la misión que pesa en ellos. Todos debiéramos percibir que ésta es una tarea y una guerra intransferible, una presentación personal de Cristo, puesta en práctica cada día. Si cada uno lograse comprender esto y a ponerlo en práctica, seríamos tan poderosos como un pueblo con sus estandartes. La presencia celestial se posaría sobre nosotros. El Cristo glorioso resplandecería en nuestras vidas y la presencia de la gloria de Dios moraría en nosotros como sobre el consagrado Enoc.